Esto debe ser ficción

Esta entrada no es nueva. Pertenece al primero de mi serie de tres artículos sobre moodle, y está escrita por tanto en noviembre de 2005. Pero tiene una historia curiosa: no pudo entrar por falta de espacio en ninguna de las tres entregas publicadas en la revista (respecto a los artículos publicados profesionalmente, supongo que no será común caer en la cuenta de que lo que uno escribe y lo que publica la editorial no son la misma cosa). Como creo que aclara mi postura sobre determinadas cuestiones lo republico aquí, donde puede abrir un diálogo.

Supongamos que nos encontramos en el primer año de un proyecto
educativo de gran envergadura. Los responsables son partidarios
convencidos del software libre, pero como responsables del éxito del
proyecto temen que no esté suficientemente maduro en alguno de sus
aspectos y como entorno virtual de aprendizaje eligen una solución
comercial, cerrada y aparentemente brillante. Se dicen: sólo será por
este año, es una solución provisional hasta comprobar que todo funciona
correctamente. Se contrata el uso (más soporte técnico) por un año a un
precio caro. Y se prohíbe el uso de alternativas por cuestiones de
seguridad: no hay forma de compartir recursos que no sea usando la
plataforma cerrada.

Transcurre el año. Los usuarios se dividen entre (a) los que no usan
el LMS porque consideran que no necesitan ninguna herramienta de este
tipo o no han aprendido a utilizarla, (b) los que se niegan a usarla
porque no es libre y los datos que se introduzcan quedan cautivos, y lo
dicen, y (c) los que la utilizan de forma entusiasta por las grandes
oportunidades y recursos que proporciona una plataforma, cualquier
plataforma (qué más da gato blanco o gato negro si caza ratones, dicen).

Termina el primer año. Se está negociando el cambio de licencia, se
afirma, luego lo más prudente es dejar las cosas como están y contratar
un nuevo año (más caro porque el número de centros implicados se ha
multiplicado por tres). Durante el segundo año se siguen introduciendo
datos en la plataforma, ahora de forma masiva, porque se destacan y
premian los recursos producidos durante el primero.

Va a comenzar el tercer año. Se intenta dar una solución al problema
(el gasto es insostenible y la contradicción entre software libre y
plataforma privativa también). Se convoca un concurso público de
plataformas. La elegida tendrá que ser libre, al fin. Deberá cumplir
los estándares que permiten importar y exportar objetos de aprendizaje,
al fin. Y deberá permitir reutilizar los recursos introducidos durante
los dos primeros años. La presión de los usuarios ante el temor a
perder el trabajo realizado es muy alta.

Sólo hay una candidata que puede cumplir las condiciones: la
propuesta por la misma empresa que había creado la plataforma
privativa. Sólo ella conoce cómo se han almacenado los datos y cómo
puede rescatarlos. Esa empresa gana el concurso.

Cuando muchos recitan el ya manido tópico de las cuatro libertades
le dan un tono entre retórico y utópico que demuestra que no han
comprendido. Las cuatro libertades no caen del cielo ni son un invento
de un hippy un poco loco, están ahí para proteger al usuario. Sólo el
software libre permite que el usuario sea dueño del software
que utiliza y de los datos y recursos que maneja. Los datos
introducidos en una base de datos opaca son cautivos, equivalen a
introducir el caballo de troya de la dependencia dentro de nuestras murallas. Para poder reutilizarlos debemos seguir dependiendo de la aplicación.

Y todos los pasos seguidos han sido correctos, salvo el primero. Es
como una partida de ajedrez o la marcha implacable de la lógica
deductiva: sólo ha fallado el principio.