Cerca de la administración

Tengo pendiente describir mi PLE, cuando me convenza de que le pueda interesar
a alguien. Quizás también el conjunto de lecturas que me han construido
(soy de los que todavía creen que la educación es una construcción). En
la lista estarán El mono desnudo, Las palabras, Confesiones de un
payaso... y también un articulito de 1874 de Kant, ¿Qué
es Ilustración?
. El del famoso Atrévete a pensar. Son muy
pocas páginas, y mejor lectura que la de esta entrada, si el tiempo va
justo y hay que elegir. ¿Que porqué cuento esto? Durante un curso ha pasado dos días semanales en un centro administrativo, con los ojos muy abiertos, como un David Attemborough de la función pública andaluza. Y siempre me acordaba de Kant. En esta entrada explicaré porqué.

«No me pagan por pensar». Lo volví a escuchar hace unos días, en otro centro funcionarial. No significa lo que parece, no es una reivindicación de la pereza mental; quería decir «No quieren que piense». Es la señal chirriante de que algo funciona mal en el sistema. No puedo aceptarlo, uno sigue siendo un ilustrado. Me empujó a escribir.

El pronto

La política y los partidos

Un servidor, que disfruta de tener años porque le han permitido estar en la historia, llegó a la facultad en 1979. Contemplé como estudiante la llamada democratización de la universidad. Lo diré directamente: no se hizo bien, fue una toma del poder hecha con criterios descaradamente partidistas. Treinta años después conservo un desagrado que me aleja de personas de las que conceptualmente podría estar cerca. Si no importa la razón o no de las palabras, sino el grupo al que pertenece el interlocutor, no habrá ni conversación ni debate. Si se acepta ciegamente lo propio, si se rechaza sin considerar lo ajeno, un día tras otro, un año tras otro, uno acaba en un mundo terriblemente falso. Que se interioriza, y rompe la vida del partido en grupúsculos separados por diferencias ficticias, excusas para el poder. Quienes están dispuestos a vivir durante años esta falsa vida están seleccionados: quedan, tristemente, los profesionales de la política.

No estoy diciendo que los que se interesan por la actividad política son unos cínicos. En absoluto. Creo, con el joven Marx, que sólo la política nos libera de la tiranía de la economía política (he buscado una cita parecida en los Manuscritos de 1844, no la he encontrado; uno recuerda las interpretaciones, no las cosas). En nuestros días hay una manifiesta falta de política, y así nos va, rendidos a los monopolios. La política es necesaria para la democracia; de hecho la democracia se hace con política. Estoy convencido de que normalmente se llega a la política para actuar, para cambiar las cosas. Hay mucho sacrificio personal es esa exposición continua, sin límite de horas, sin descansos. No se explica sin pasión. Lo que digo es que hay algo en el funcionamiento y la financiación de los partidos, en sus affordances (ya sabéis que es uno de mis conceptos preferidos), que los convierten en redes estancas de favores y alianzas. Y los mismos responsables políticos deberían preocuparse porque la sociedad se aleje cada vez más de ellos; una reforma electoral que cree lealtades a la circunscripción y no al aparato parece un paso adelante.

La profesionalización de la labor política. La profesionalización de la formación del profesorado, de la labor sindical... O de cómo resistirse a volver a las aulas, o al despacho, o a la mina. La consolidación de la casta. ¿Que hay cosas que aprender? Claro, todos los días, estés donde estés. ¿Cómo imaginará la escuela un docente que lleva veinte o veinticinco años sin dar clase? ¿Cómo la reformará si no la conoce? No habría nada más sano para la regeneración de nuestra vida pública que aplicar el sistema de los Centros del Profesorado: un par de años en la escuela tras un máximo de ocho años de asesoría. Al cabo de los dos años se puede volver a concursar, que las grandes valías (entiéndase el tono irónico) no se pierdan con los niños.

Pero centrémonos, que se escapa la liebre. Creo que en el campo de la función pública hay que recuperar la razón: es necesario equilibrar lo que es político (las decisiones últimas, los planes, los proyectos: el ámbito de los fines, que por supuesto son producto de ideología o al menos de programa político o pactos) y lo que es técnico (la puesta en práctica: el ámbito de la eficacia o la eficiencia o como toque decirlo). Los fines deben ser coherentes, estables, públicos. Llevados adelante por cargos políticos y de confianza que creen en esos fines y en su actividad como servicio público. ¿Sí? ¿Lo crees, amable lector, amiga lectora? ¿Lo exigimos al menos? Por otro lado es tan evidente que hay que dejar trabajar a los técnicos y enjuiciar su trabajo con criterios objetivos que quiero ir más allá en estas reflexiones cada vez más intempestivas.

La administración

Todavía no hemos entrado en el problema del «no me pagan por
pensar». Es un problema de funcionamiento de la administración, no
político. Aunque, como dicen Donald y Fessler
con concisión envidiable, la administración pública es la traducción de
la política a la realidad que los ciudadanos ven día a día. Es la
política que nos rodea.

¿La administración? Para el saber popular (pura doxa, conste) hay
una torre lejanísima, remedo de barco anclado a la orilla de un río, y
varios castillos repartidos como avanzadillas por el territorio. Los
habitan seres feudales, misteriosos, sólo preocupados por salir en
fotos repartiendo portátiles o inaugurando escuelas. Son seres
distantes y oscuros, creados por no se sabe quién para cargar con todas
las culpas, responsables de todos los males. Les sirven desertores de
la tiza, que han vendido su alma a cambio de escapar de un destino a
quinientos kilómetros de casa. Tenemos dos problemas: primero, el de
que sea demasiado común e irresponsable confundir esta caricatura con
la realidad. Compañero funcionario, compañera maestra, tú eres la
administración. Segundo, el de que como toda caricatura, tenga
fundamentos reales. Lo que más me sorprendió como explorador de la
torre fue la cantidad de talento que hay entre sus paredes, y cómo se
oculta intencionadamente o se ahoga en la burocracia. Y me pregunto hoy que escribo estas reflexiones, ¿porqué me sorprendió el talento? ¿de qué prejuicios estamos cargados?

No sé si en las actuales generaciones de nuestras jerarquías se cumple el Principio de Peter o el de Dilbert
(bonito tema de estudio que aquí dejo abierto, mi prudencia se limita a
no querer resolverlo todo en un artículo). Si se concluye que se da el
primer principio, una degradación general al nivel inferior resolvería
el problema; si es de aplicación el segundo, mejor seguimos como
estamos, la escuela funcionará mejor. Nada de esto es nuevo, ni
desconocido, ni especialmente propio de esta administración. Es el
problema principal de la burocracia, de las organizaciones formales...
dicen que es igual en la universidad, otra estructura piramidal,
feudalismo superviviente. Jerarquías que se solidifican. O selecciones negativas. He vuelto, en mis observaciones de este año, a ver la misma voracidad de lo partidista, la misma tendencia a ocupar todos los espacios.

La mediación

Abandono en esta entrada el método habitual de dejar reposar lo escrito, y corregirlo en frío. Dejo la sección anterior, El pronto, como lo que es, un retrato histórico de mi visión ingenua, escrito a mediados de julio de 2010. Y dedico varias semanas a comprobar si se sostiene. ¡Ahora tengo una bitácora de investigación! La mediación es el resumen de lo que he aprendido. Otra frase para la historia: no publiques una entrada en la que no hayas aprendido nada.

Los dos discursos anteriores, el del asalto a la universidad y el de la visión jerárquica de la administración, acuden a mi cabeza cada vez que pienso en la política, luego deben haberse convertido en mis ideas. Como no quiero escribir tonterías, una vez que me salgo de mi campo habitual, acudo a los que saben. Me voy primero a Weber (Economía y sociedad y La política como profesión), para ampliar perspectiva, y me la cierra, porque Weber escribe desde tiempos revueltos y suena nietzschiano, obsesionado por el poder y el liderazgo. Los partidos son materia de su sociología de la dominación, definida como «la probabilidad de encontrar obediencia a un mandato» o el «estado de cosas por el cual una voluntad manifiesta ("mandato") influye sobre los actos de otros, de tal suerte que estos actos tienen lugar como si los dominados hubieran adoptado por sí mismos y como máxima de su obrar el contenido del mandato». La política es «la aspiración a la participación en el poder, o la influencia sobre la distribución del poder, ya sea entre Estados o en el interior de un Estado», es decir, más en breve, la lucha por el poder en el Estado. El Estado no es nuestro término neutro para no decir nación: se caracteriza esencialmente por el monopolio legítimo de la coacción física. El Estado moderno se define por la racionalidad; la dominación organizada necesita de un cuerpo administrativo y del control monopolístico de los medios de administración: «desde el punto de vista de la sociología, el Estado moderno es una "empresa" con el mismo título que una fábrica». La conclusión es que el dominio lo realizan unos técnicos especialistas mediante la burocracia (los funcionarios), y en el desarrollo racional de la burocracia se produce la separación de los funcionarios públicos en dos categorías, funcionarios profesionales y funcionarios "políticos". Ya estamos todos. Voluntad de poder, obediencia... aquí hay una historia.

La ley de hierro

«La consolidación de las castas». A veces nos ponemos demasiado simplistas; no sé si las tertulias de café clásicas tenían más altura que los debates de microblogging, pero esta me parece en el fondo una discusión falsa, de la que quiero salir cuanto antes.

¿Es un hecho científico la ley de hierro de la oligarquía? ¿Los partidos o los sindicatos son por necesidad camarillas cerradas? Michels la propuso en 1911: «toda organización, por muy democrática que sea en sus orígenes, tiende de forma inevitable a convertirse en una oligarquía». La dedujo de su examen del partido socialdemócrata alemán, y es fácil encontrar casos en los que se cumple. Pero para que sea una ley debe haber necesidad. Aunque sea estadística.

C.F. Friedrich, la segunda autoridad a la que acudo en mi ayuda, en El hombre y el gobierno. Una teoría empírica de la política (1963) —libro que estudié con placer en el verano de 1982 y cuyo contenido había olvidado por completo— descarta la ley de un plumazo, por empíricamente inexacta (habla de una tendencia de los partidos modernos a crear estructuras complejas de democracia interna, similares a las del gobierno, una y otra vez, por ejemplo los capítulos 10 y el 28), e incorrecta conceptualmente (capítulo 18)

En realidad, se trata de un ejemplo particular de (...) que el poder adquirido a través del consentimiento se convierte en una posesión y, por tanto, es capaz de coerción (...) fruto de confundir dos procesos políticos (...) el de organización del consentimiento (aspecto democrático) y el de organización del funcionamiento (aspecto jerárquico).

Weber es más directo: por un lado, la estructura de los partidos refleja la estructura del tipo de gobierno; por otro lado, cambio de líderes, cambio de seguidores. El carisma del líder crea vuelcos. No hay nada más renovador que una derrota, la pérdida absoluta de carisma.

Políticos profesionales

Vaya, son una consecuencia histórica del desarrollo del Estado
moderno. Y yo atacando la profesionalización. Confieso que cuando
descubrí el discurso de Weber Politik als Beruf
(he leído la traducción inglesa) tenía curiosidad por ver cómo los
pondría. Pronto me di cuenta del malentendido: habla de profesión como
aquello que se profesa; es más clara la traducción inglesa: vocación.
Y sí, se transparenta una vocación política en Weber que no logra
salida porque no encuentra seguidores. Otro que no tiene carisma.

Insiste en el carácter luchador del político. ¿Porqué el funcionario no
sirve para político? Por dos razones: el funcionario trabaja sine ira et studio
y es incapaz de demagogia. El discurso político se dirige a las
emociones y no a la razón, es un discurso de seducción y derrota. Me
equivocaba: me guste o no, el asalto al poder y sus características
siguen las reglas del juego. Incluso el oscurantismo: «La posición
dominante (...) se basa siempre (...) en la "ventaja del pequeño
número"» (es la ley del pequeño número de Von Wieser) y «adquiere
su pleno valor en la ocultación de las propias intenciones». «Toda
dominación que pretenda la continuidad es hasta cierto punto una
dominación secreta».

En un partido, la jerarquía está clara: líderes, aparato (la máquina) y militantes, simpatizantes, votantes. Activos y pasivos. Interesados y clientes. Supongo que es propia de su época la obsesión de Weber por el liderazgo, pero es evidente la tensión dialéctica entre líder y maquinaria del partido. Y creo también que en la sociedad moderna informada e hiperrelacionada las distancias deben acortarse y las jerarquías deben buscar otras formas. Hace muchos años que la distinción entre partidos de masas y partidos
de cuadros no es más que propaganda electoral. ¿Soy demasiado simplista si escribo que tenemos más bien partidos de cargos y no de fines? No se me ocurre cómo puede lucharse por el poder sin hacer política, pero se imaginarán nuevas formas de conquista y administración. Algunas más disimuladas, otras más transparentes. Volviendo al tema, comprendo que existe una razón política. Los pájaros vuelan, los perros muerden, los políticos luchan por el poder. Hasta ahí de acuerdo. Este entomólogo ha visto cinismo y fidelidad casi religiosa; ha visto maquiavelitos y seres libres. Naturaleza humana. «Poder para qué?» es una gran pregunta, pero no es la que interesa ahora. Independientemente de las personas, tenemos que buscar los mecanismos que permitan extraer de cada uno lo mejor, e impidan que las circunstancias humanas obstaculicen el funcionamiento de la institución.

Funcionarios

Pero... ¿y la razón burocrática? ¿Está la administración burocrática cubierta por funcionarios seleccionados por razones técnicas, seguros y orgullosos como los de Weber de su status de expertos? ¿Cómo se seleccionan y de dónde proceden? Los niveles superiores están ocupados por funcionarios políticos (consejeros, directores generales... siempre como puestos de confianza), existen funcionarios con plaza fija (de la administración y ex-docentes, tras concurso público), pero la gran mayoría de jefes de servicio, jefes de negociado, puestos singulares, adscritos, etc., aunque son funcionarios, tienen su plaza en otro sitio (normalmente una escuela o un instituto) y ocupan una comisión de servicio. ¿Cómo se les selecciona? No a través de concurso público o examen alguno, sino por el buen criterio del funcionario de rango superior que les nombra. Consecuencia, la politización partidista de cada acto administrativo.
Que se comete un error técnico, escándalo político; que algo se hace bien, fiesta y explotación. Otra consecuencia: no necesariamente el silencio, sino que el sistema no tenga formas de evitar que alguien prefiera el silencio. En la criba del día a día resisten los dependientes (son cómodos) y los ambiciosos. ¿Cómo evitar la arbitrariedad? ¿Qué consecuencias tendría por ejemplo un vuelco electoral? Evidentes: como es imposible discriminar si una persona ha llegado a ocupar su cargo por criterios técnicos o por razones de clientelismo personal o político, un cambio de gobierno iría unido a un cambio radical de cuadros administrativos. La vuelta al siglo XIX. ¿Cómo solucionar esto? Ah, buena pregunta, ahí quería yo llegar.

Habría una forma de averiguar si una persona ocupa un cargo por méritos
propios. Que publique sus ideas, sus planes, sus análisis. Que lleve registro público de su paso por la administración. Glasnost y fecha de caducidad, plazos de vuelta a la escuela. ¿Es esto demasiado ingenuo?

Humildes propuestas

Ahora simple y
humildemente quiero sugerir al análisis formas en que nuestra
administración podría funcionar mejor. En los dos sentidos de la palabra: técnico y ético-político. Propuestas sencillas pero dobles: con
respecto a los ciudadanos y respecto a sus funcionarios.

Administración y ciudadanía

Parece claro que si hemos partido de principios ilustrados es lógico acabar defendiendo el movimiento por el gobierno abierto. Nuestra administración es opaca, vertical, y sorda. Los tres rasgos son indefendibles, y creo que políticamente insostenibles. Necesita urgentemente transparencia para confirmar un liderazgo que ahora mismo sólo procede, indirectamente, de las urnas, no del prestigio logrado en la conducción de los distintos proyectos. Necesita vías fluidas de comunicación con los ciudadanos, y eso requiere más esfuerzo que abrir una bitácora o que poner a alguien a cargo de una cuenta en twitter.

Como desde el mismo ámbito de los partidos políticos se está trabajando en este sentido, me limitaré a pedir que el esfuerzo sea sincero y a desear que sus defensores alcancen el poder. Desde luego tienen mi apoyo.

Ahora bien, el pecado original de nuestra administración, explicable por razones históricas, es su politización. Tenemos que poner fronteras a la política partidista, negarnos a que la razón poítica oculte la realidad. En el fondo consiste en saber distinguir los fines de los medios.

Administración y Obediencia crítica

La dominación legítima espera obediencia. Sin obediencia, sin disciplina, no hay gobierno. Como es racional, no a la persona, sino a la norma. Subrayaba arriba la reserva: «como si fuera una norma válida». ¿Qué pasa si la orden es errónea? Weber dice:

El honor del funcionario está en su capacidad para, cuando pese a sus representaciones el superior jerárquico persiste en una orden que a aquél le parece errónea, ejecutarla bajo la responsabilidad del mandante con la misma escrupulosidad que si correspondiera a sus propia convicción. Sin esta disciplina, moral en el sentido más alto del vocablo, y sin esta abnegación, todo el aparato se vendría abajo.

Creo que en la versión española de Economía y sociedad hay un grave error de traducción en este fragmento tomado de La política como profesión. ¿«Representaciones»? «Trotz seiner Vorstellungen», dice el texto original. La versión inglesa da remonstrances: «the act of expressing earnest opposition or protest», según WordNet. Uno de los sentidos de Vorstellung (hablo por la autoridad del diccionario Slaby/Grosmann) es el de objeción, protesta. En ningún momento Weber está defendiendo el silencio borreguil, está repartiendo las responsabilidades. La responsabilidad del funcionario está en la aplicación eficaz de las órdenes; la del político es personal.

Amigo funcionario, tu honor no está en el silencio, sino en cómo das cumplimiento de las órdenes. Tu fuerza está en tu saber, es intelectual. ¿Cómo no vas a pensar? Y si no te dejan pensar, ¿qué haces todavía ahí?

Uno no debe huir de las dificultades reales. Sí que hay una dialéctica entre la obediencia y la crítica. Pero hace doscientos años que Kant la resolvió:

el uso público de
la razón siempre debe ser libre, y es el único que puede producir la
ilustración de los hombres. El uso privado, en cambio, ha de ser con
frecuencia severamente limitado, sin que se obstaculice de un modo
particular el progreso de la ilustración.

Entiendo por uso público de la propia razón el que alguien hace
de ella, en cuanto docto, y ante la totalidad del público del mundo
de lectores. Llamo uso privado al empleo de la razón que se le
permite al hombre dentro de un puesto civil o de una función que se
le confía. Ahora bien, en muchas ocupaciones concernientes al interés
de la comunidad son necesarios ciertos mecanismos, por medio de los
cuales algunos de sus miembros se tienen que comportar de modo
meramente pasivo, para que, mediante cierta unanimidad artificial, el
gobierno los dirija hacia fines públicos, o al menos, para que se
limite la destrucción de los mismos. Como es natural, en este caso no
es permitido razonar, sino que se necesita obedecer.

El soldado como soldado tiene que obedecer, pero como ciudadano tiene derecho a ejercer la razón. Traducido al lenguaje actual: hay que habilitar espacios y momentos para la crítica, constructiva, leal, responsable. Espacios que no contradicen sino que fortalecen el funcionamiento del sistema. Pero... ¿es que estoy descubriendo algo nuevo? ¿Cómo puede siquiera un dirigente plantearse despreciar el talento de
sus subordinados? Tus subordinados saben lo que tú no sabes, y ven tus
errores con infinita más claridad que tú. He visto cargos que lo saben y lo aplican, pruebas de que la imagen de la administración como mal sin fisuras es una tontería simplista.

No están a la altura ni quienes esperan silencio ni quienes callan. Creo que es la primera vez que escribo en público de política. Comprenderéis porqué. Es verdad, como entomólogo soy un desastre, tomo partido. Y me mojo: no hay nada intrínsicamente negativo en la administración que conozco. Sólo hay personas inadecuadas. Y un sistema que tolera que haya personas inadecuadas.