Cultura Libre y Derechos de Autor: Uno, dos, infinitos tomates

Esta nota fue escrita por Esteban Magnani y publicada originalmente en el diario Página 12 el día 9 de Julio de 2011, en versión papel y digital.
Cultura Libre y Derechos de Autor: Uno, dos, infinitos tomates
Los cambios concretos y masivos que genera Internet cuestionan lo que hasta ahora era aceptado como simple “sentido común”. Este pensamiento acrítico daba por sentado, entre otras cosas, que los derechos de autor eran una forma de proteger la creatividad y, por lo tanto, beneficiar a todos. Sin embargo, hay buenos argumentos para pensar que el supuesto retroceso es en realidad un avance que permitirá reducir la brecha cultural y abrir las puertas a una sociedad más equilibrada. Desde enfrente el lobby que depende de la producción artística (no necesariamente los artistas en sí) pelea por leyes que le aseguren seguir viviendo de la creatividad ajena. El caso del Canon Digital es un buen ejemplo de una pulseada para retener las ganancias que se escapan entre los dedos de las grandes empresas y corporaciones.
Mal que nos pese, son pocas las ideas que por sí mismas pueden incidir sobre la realidad a partir de hacer que “la gente tome conciencia”. La historia parece demostrar que los cambios sociales profundos se detonan por una hambruna generalizada, el desarrollo de nuevas tecnologías o una nueva correlación de fuerzas económicas, más que por ideas libertarias de iluminados. Sin embargo, las ideas nuevas pueden resultar fundamentales para reorganizar el vacío dejado por lo anterior y darle cohesión a lo nuevo y, por lo tanto, mayor fuerza. De alguna manera, el fenómeno de la “piratería”, como lo llaman algunos, o de “democratización de la información”, como lo llaman otros, está sufriendo el mismo proceso. La posibilidad concreta de copiar y distribuir hasta el infinito todo lo digitalizable empieza a mostrar las fisuras de una lógica de apropiación del conocimiento, instalada hasta ahora como sentido común.
Es que esta nueva posibilidad, demonizada por quienes pierden control sobre su mercancía, viene acompañada por una lógica acerca de cómo distribuir el conocimiento. El concepto principal es el copyleft, es decir, la posibilidad de utilizar los derechos de autor de tal manera que permitan que la obra propia sea reutilizada, manipulada, copiada o redistribuida para que llegue a mucha más gente. Esta lógica es contraria a la que indica que el autor tiene que cercar su propiedad privada intelectual y cobrar peaje por su uso aun a costa de aislarla.
Esta novedad que parece tan revolucionaria es, en realidad, la forma en la que circulaba el conocimiento hace unos pocos siglos y permitía que, por ejemplo, Kepler y Galileo, en lugar de escatimarse información para tener prioridad de derechos sobre tal o cual descubrimiento, compartieran sus conocimientos para beneficio del conjunto.
PARA TODOS, TODO
La lógica actual, la misma que ahora está en disputa, indica que el autor hace de su producción creativa la fuente de ingresos que le permite vivir decentemente o, en caso de tener mucho éxito, un poco más. Es decir, que si no fuera por los derechos que cobra regularmente, el autor debería dedicarse a otra cosa y la sociedad iría perdiendo artistas. Según Franco Iacomella, especialista en Cultura Libre de Flacso Virtual, esto no es tan así: “En realidad, casi ningún autor vive de los derechos que cobra. Los principales interesados en mantener el sistema son las organizaciones intermedias del tipo de Sadaic (Sociedad Argentina de Autores y Compositores), Cadra (Cámara Argentina de Derechos Reprográficos), Capif (Cámara Argentina de Productores e Industriales de Fono Videogramas), o las empresas como las discográficas que se quedan con el grueso de los ingresos y pierden su negocio si la información circula libremente”. Según Iacomella, el problema de estas organizaciones es que la digitalización e Internet multiplican la información hasta el infinito, por lo que deben regularla artificialmente para no perder el negocio.
El resultado de ese control es que el autor por ganar, eventualmente, unos pesos, pierde la posibilidad de multiplicar sus seguidores e incluso facturar más gracias a ellos sin tanta mediación.
El mundo digital permite una lógica totalmente distinta que hace prescindibles las empresas o incluso las organizaciones intermedias, posibilidad que ya está siendo aprovechada por numerosos autores. El ejemplo más obvio es el del software libre en el que la comunidad contribuye con innovaciones para que el sistema sea cada vez mejor. La velocidad con la que mejoraron los programas de este tipo ha demostrado que el conjunto no sólo se beneficia porque son mayoritariamente gratuitos, sino también porque van innovando mucho más rápido gracias al trabajo de millones de personas que acceden al código y lo modifican. Justamente, como se dijo antes, el conocimiento avanzó durante siglos gracias a que científicos y pensadores compartían lo que habían averiguado para que otros pudieran subirse “a hombros de gigantes”.
Son cada vez más los músicos que comprenden que los derechos de autor no les permitirán vivir y que sin discográficas de por medio serán muchos más los que los escuchen y asistan a sus shows: ¿No debería ser ésa la prioridad del artista? Tanto por razones ideológicas como egoístas, evitar intermediarios los puede beneficiar. Incluso una banda tan conocida como Radiohead grabó su CD In Rainbows independientemente y ofreció en su sitio la posibilidad de bajarlo a cambio de un pago “a voluntad”. Además, quienes lo deseaban podían comprar el disco físico, que les sería enviado por correo. La libertad no impidió que en su primer año el disco vendiera cerca de tres millones de copias físicas y que haya recaudado varios millones más por las canciones bajadas directamente. Pero probablemente lo más importante es que su público se amplió aún más gracias a esta posibilidad que, de cualquier manera, ya existía. Si no puedes contra tu enemigo…
Otros proyectos más modestos, pero incluso más novedosos, provienen del mundo editorial. Por un lado existen proyectos como el de Libros Libres (ver recuadro) que permiten rescatar del olvido seguro a obras académicas; pero también hay emprendimientos que subvierten una forma de hacer negocios. Es el caso de la revista Orsai, del escritor Hernán Casciari, que desde su ascética tapa sintetiza “Nadie en el medio”. Casciari, cansado de ver sus escritos arrinconados por las publicidades y recortados por los editores, decidió aprovechar lo que permitía la tecnología. Su revista en papel se vende por suscripción a través de Internet y una comunidad de seguidores, y su contenido se publica en PDF para que todo el mundo lo pueda leer. El primer número vendió más de 10.000 copias, lo que permitió que todos los colaboradores cobraran, algo que no era seguro. Y es leído gratis por miles de personas más a través de orsai.es.
Justamente, en esa revista el abogado español David Bravo citaba recientemente a Javier Bardem, quien en un artículo de El País utilizaba una metáfora poco afortunada para explicar la “piratería”. Según el actor español, una máquina capaz de fotocopiar tomates produciría un gran daño a los granjeros. Evidentemente Bardem no veía que si bien los granjeros en ese caso tendrían que buscarse conchabo, el resto de la humanidad podría beneficiarse con una provisión infinita de tomates que resolverían cuestiones un poco más relevantes como el hambre. Obviamente, tal máquina no existe para los tomates, pero sí es posible reproducir bienes culturales hasta el infinito. ¿Por qué no aprovecharlo para distribuir conocimiento y reducir la brecha cultural? El problema se vuelve mucho más grave si se incluye en esta lógica restrictiva no sólo al arte y al conocimiento, sino también a lo que está pasando con el patentamiento de genes, semillas o incluso moléculas.
A ALAMBRAR
La OMPI (Organización Mundial de la Propiedad Intelectual) es una organización de Naciones Unidas que busca, al menos en teoría, defender los derechos de los autores como forma de “estimular la actividad creadora”. Es decir que creen que si no fuera porque las organizaciones y empresas recaudan dinero para los autores, ya no habría creación. Es la misma lógica que indica que bajar una película de Internet es comparable con robar un bolso o que propone que las bibliotecas paguen regalías por los libros que prestan y, teóricamente, hacen perder ventas a las editoriales. ¿Pero de quién es el bolso en este caso? La mayoría de los autores parece mostrarse prescindente en esta disputa.
Iacomella da un ejemplo de cómo funciona esto: “Cadra, el Centro de Administración de Derechos Reprográficos, que existe desde hace unos dos años y representa a una minoría de autores, sobre todo académicos, presionó a la UBA, que ahora le pagará casi 4 millones de pesos anuales para ser autorizada a fotocopiar bibliografía. Luego distribuye parte del dinero entre los miembros de la organización, en su mayoría autores que no se leen en la universidad. Pero como no todos los autores fotocopiados están asociados, en realidad la UBA podría igualmente ser demandada por otros”. ¿Cuánto cobrarán los deudos de Bourdieu o Foucault de este dinero?
Son muchas las organizaciones que están pensando la forma de cambiar esta inercia restrictiva y plantear el desarrollo de una cultura libre contra una embestida que parece anacrónica. ¿Por qué elegir esta lucha entre tantas posibles? Como explica Laura Marotias, del equipo de Flacso Virtual: “Tiene que ver con la circulación de la información y el valor que tiene en esta etapa del desarrollo capitalista. En una sociedad de conocimiento lo que produce valor es, justamente, el conocimiento; distribuirlo es una forma de democratizar”.
En los últimos días tuvo lugar un fuerte debate acerca del canon digital, una “compensación” que se cobraría a fabricantes e importadores de tecnología utilizada para copiar o reproducir información digitalmente: CD, copiadoras, reproductores de música digitales, etc. El proyecto de ley propuesto por los senadores Miguel Angel Pichetto y Rubén Giustiniani establecía recargos que iban del 75 por ciento del costo (para el caso de los CD vírgenes) al 10 por ciento (para las grabadoras, por ejemplo). El proyecto, al menos según sus detractores, en realidad estaba escrito por los principales beneficiarios de la compensación, es decir, las corporaciones encargadas de gestionar el dinero con costos de hasta el 30 por ciento de lo recaudado. El resto debía repartirse entre las discográficas, las corporaciones de artistas extranjeros y un puñado de artistas locales. Es decir que en la práctica el canon digital favorecería aún más la concentración de la torta artística sobre todo en sus intermediarios.
Según el especialista Franco Iacomella (ver nota principal), “en nombre de la llamada ‘lucha antipiratería’ se promueven medidas abusivas como el canon digital, que en realidad no tiene que ver con las copias ilegales, sino que busca recaudar a favor de entidades privadas a partir del supuesto daño provocado por el legítimo derecho a hacer copias privadas de obras culturales”. ¿En qué manera podría esto estimular la creatividad de los artistas locales?
Tal vez lo más sorprendente de todo ha sido que, tal como explicó Pichetto, se decidió esperar para tratar la ley debido a que “hemos escuchado la multiplicidad de voces contrarias a esta iniciativa que se plasmaron recientemente en el ciberespacio”, lo que da un peso, hasta ahora inusual, a lo que se discute en los foros y blogs de Internet. Para colmo la ley no establecía que una vez aprobado el canon se liberaran los contenidos: pese a cobrar el canon a los usuarios por hacer copias, se los seguiría persiguiendo por hacerlo.
Leyes similares existen en numerosos países, sobre todo de la UE, aunque con variantes en las tarifas. En España el canon se cobra desde 2006, aunque recientemente se anuló debido a cuestiones más formales que de fondo. Para colmo, representantes de una de las beneficiarias del canon, la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE), fueron detenidos hace un par de semanas por desviar fondos hacia una empresa privada.
Una solución más de fondo sería modificar la lógica de la propiedad intelectual para que reconozca que las cosas han cambiado y sirvan para el beneficio del conjunto. “La ley de derechos de autor argentina es muy mala. Data del ’33; la propuso Roberto Noble, el fundador de Clarín, y no permite casi ninguna excepción: prácticamente todos los usos por parte de terceros son ilegales”, explica Iacomella. “Por ejemplo, no comprende la posibilidad de usos educativos o no permite que últimos ejemplares de algo sean fotocopiados para que se preserven. Legislaciones de otros países explicitan que es legal la posibilidad del ‘uso justo’ que permite la parodia, en cambio la legislación argentina está pensada desde la restricción y el interés del editor. Por eso la propuesta es la de cambiar las leyes o directamente abolir el copyright como propone el partido pirata de Suecia y varios especialistas en el tema. Y la resistencia viene de los intermediarios.”
Además de los mencionados, existen proyectos de ley en distintos países que buscan atacar conjuntamente toda violación. Se proponen, entre otras cosas, responsabilizar a los proveedores de Internet de controlar a sus usuarios. También hay tratados internacionales que buscan que se capacite a la policía aeroportuaria para que detecten violaciones generales a los regímenes de Propiedad Intelectual: desde software ilegal a indumentaria de marca falsificada. En definitiva, está en riesgo el uso anónimo y libre de Internet, que quiere ser apropiada y controlada para que siga siendo un negocio capitalista del viejo estilo.