Sin coche

A eso aspiro: a poder ir a trabajar sin tener que utilizar el coche. Mi actual destino en una localidad a más de 40 kilómetros de Córdoba me obliga a coger el coche diariamente; es preocupante que se trate de un problema que afecta a cientos de miles de personas solo en nuestro país.

Pero empiezo a estar muy cansado. Cansado de malgastar casi dos horas diarias de mi vida metido en una caja con ruedas a ciento y pico de velocidad. Cansado de ver accidentes. De tener miedo a ser víctima de uno de ellos. Cansado de la tensión que supone conducir, cada vez en aumento. De los peligros de la lluvia, de conducir cara al sol, de las luces de vehículos de frente, de las bestiales imprudencias que veo día a día, de la agresividad en aumento de los conductores. Del despilfarro de energía y la contaminación aportada por un coche..... Y eso que mis compañeros de trabajo tienen organizado desde hace muchísimos años un sistema de turnos sumamente eficaz en cuanto a horarios y ahorro: cada cual solo tiene que poner el coche dos días a la semana y lo llegamos a compartir hasta cinco pasajeros.

Incluso he echado cuentas y dejar el coche me resultaría rentable. Porque tengo muy claro que cuando consiga un destino de trabajo en Córdoba venderé el coche. Para nada compensa pagar combustible, mantenimiento, revisiones, seguros, impuestos, cochera, estrés, tiempo..... cuando, aparte del trabajo, en realidad solo hago dos viajes largos al año.

La posesión de un coche comenzó siendo un símbolo de distinción social y autonomía personal y ha devenido en tiranía de la que la mayoría hemos acabado siendo esclavos.

En fin, que me gustaría fervientemente poder ir a trabajar andando; desplazarme plácidamente cada día paseando hacia mi lugar de trabajo. Un lujo en los días que corren. El ideal que sueño conseguir pronto.

P.D.: la ilustración está tomada del número 17 de la revista El Paseante.