Vuelo JK 5022

Algún contertulio de Calleja de las Flores, foro de mi tierra en el que participo desde hace poco, se lamentaba recientemente de que allí no nos interesaba hablar de la muerte. Posiblemente tengan razón. Aunque tengo que confesar que, en mi caso, ese no hablar de la muerte viene motivado por el pavor y la impotencia en que siempre me ha sumido. Lo que sigue a continuación son las atolondradas palabras que salen de mi cabeza después de tres días sintiendo la tragedia:

Desconcierto, rabia, pena, desesperación... son algunos de los sentimientos que me asaltan cuando muere alguien cercano o a quien siento cercano. Y resulta tan difícil decir algo en esas circunstancias. Algo que no sea un tópico, un cumplido, una terapia, un llenar el silencio devastador de la violencia, de la ausencia definitiva contra la que nada se puede.

En esta caso la cercanía viene dada por el país en el que ha ocurrido la catástrofe. Y por las víctimas. Los medios de comunicación (con sus defectos y excesos) nos hacen percibir que son personas cercanas; que podríamos ser nosotros mismos. Son niños y mayores, personas que iban de vacaciones o que volvían a sus hogares...y en un momento su vida queda sellada. Ya no tendrán que resolver los problemas cotidianos, porque ha llegado el gran problema. El único que no tiene solución.

Se acabaron sus pequeñas alegrías, los proyectos, los obstáculos diarios. Ya no hay nada. Nunca los volveremos a ver. Y eso me rebela.

A ratos, estos días, he pensado que me gustaría conocer las vidas de cada una de las víctimas, que a lo mejor sería un homenaje a ellas el que aparecieran escritas en estos medios de comunicación de que hoy gozamos. Tal vez sería un homenaje; una forma de pervivencia.

De momento mi rabia y mi pena, así como la solidaridad con familiares y amigos, he tratado de manifestarla a través de un grupo de Flickr que recoge fotos de homenaje a las víctimas. No es gran cosa. Y me queda la duda de que tal vez hubiera sido mejor no decir nada...