A Dios rogando y con el tequio andando.

He aprendido que:

  • nadie tiene la verdad absoluta;
  • todo mundo tiene el derecho de compartir su cosmovisión;
  • sólo debemos juzgar los actos y no las creencias; y
  • la gente que sólo habla y no actúa en la realidad, suele envanecerse y desarrollar la compulsión de calmar su conciencia pretendiendo imponer sus creencias como “el conocimiento”.

Para mí la esperanza de que la civilización no se vaya por el caño con la destrucción del equilibrio ecológico que nos permitió prosperar como especie, está en los creyentes que por su fe, están reconstruyendo el mundo con base en sus creencias y conocimientos; pero abriéndose a entender mejor el mundo dando a la investigación científica su justo lugar. Por ejemplo las asociaciones campesinas que están reivindicando los saberes tradicionales para defender la biodiversidad y devolver la vida a la tierra.
En cambio, no veo ninguna esperanza en los revolucionarios de café, esos estudiantes que no hacen nada por aplicar “la ciencia” a aliviar los sufrimientos de la gente, pero pretenden ser aptos para juzgar si una creencia es dogmática y nociva o no.
Parece que hay gente encerrada en sus cubículos, que todavía no logra aprender nada de los desastres del siglo pasado como la destrucción de los templos y cultura tibetana pintada de cruzada contra la religión; y de México, de la guerra cristera provocada por la persecución no contra los jerarcas sino contra el culto de la gente.
No, sin perspectiva histórica (o sea hasta que su educación mejore), hay elementos que van a seguir ignorando la importancia de la diversidad biológica y cultural, y pugnarán por la imposición de un “pensamiento único”. Y por supuesto, en realidad no entenderán nada de lo que en verdad está en juego en esta etapa de la humanidad, al borde del abismo.
Lástima, porque todos esos conocimientos cultivados tan piadosamente en sus academias, no están sirviendo de nada porque se están tapando los ojos para no ver para quien trabajan.
Epílogo.
Personalmente, doy gracias a Dios por:

  • haber sido educado por tres distintas concepciones del cristianismo: católica, evangélica y espiritualista;
  • permitirme ser heredero de cultura árabe, africana y mesoamericana;
  • darme tiempo para asimilar mi herencia;
  • abrirme caminos para acercarme a muchas personas de diversos credos, compartiendo el amor por la tierra y el trabajo con nuestras manos por ayudarla a dar frutos y vida no sólo a nosotros.

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