1. El secreto de Joe Gould
Joe Gould, “hombrecillo risueño y demacrado”, fue un famoso vagabundo de Nueva York, conocido a principios de siglo entre los artistas del Village por andar de aquí para allá, inmerso en la escritura de la gran obra universal, la “Historia oral de nuestro tiempo”. El manuscrito, recopilado durante años en centenares de cuadernos, alcanzaba, según Gould, una extensión doce veces superior a la de la Biblia y sería consideraba en el futuro como la mayor fuente de historia del siglo XX. Construida mediante la recopilación de conversaciones oídas aquí y allá, la “Historia oral de nuestro tiempo” contenía capítulos tan dispares como “Borracho como una cuba, o de cómo medí las cabezas de mil quinientos indios a cero grados de temperatura” o “La espantosa adicción al tomate, o ¡cuidado! ¡cuidado!, ¡abajo el doctor Gallup!”.
La fama de la ‘Historia oral’ llegó a tal punto que escritores de la talla de Ezra Pound o E.E. Cummings se interesaron por ella. Es más, a la muerte de Gould, en 1957, un grupo de amigos emprendió una larga búsqueda de sus famosos manuscritos por todos los rincones de Nueva York sin el menor éxito.
Los manuscritos no se encontraron nunca, claro, ni podrían haberse encontrado porque, tal y como desvela Joseph Mitchell en la magistral novela “El secreto de Joe Gould”, la Historia Oral fue solo una invención con la que e Gould se engañó a sí mismo durante años.
También me he acordado del trabajo que algunos compañeros hicieron sobre el canal de los presos.
Terminada, en abril de 1939, las operaciones bélicas de lo que se conoce como Guerra Civil, todos los órdenes de la vida española quedaron afectados por las nuevas condiciones políticas y económicas impuestas por los vencedores. Incluso se podría considerar incorrecto, dado que el estado de guerra no se levantó hasta cerca de una década después, hablar de postguerra: para España comenzaba los años de la «victoria», no de la «paz».
Son cada vez más numerosos los trabajos que están analizando estos años durante los que la represión, las operaciones de «limpieza» de los focos de resistencia, las carestías económicas, las duras condiciones de vida y los desplazamientos de población, continuaron configurando el negro panorama de una nación convertida en un inmenso cuartel. Los controles de residencia y desplazamiento eran una realidad tan cercana como las cartillas de racionamiento. Como también lo eran el exilio o la prisión de cientos de miles de españoles derrotados.
Desde 1936, a medida que los sublevados fueron ocupando poblaciones y comarcas, se abrieron campos de concentración en donde se clasificaban a los prisioneros. Su destino bien podían ser sus localidades de origen –donde les aguardaba el consejo de guerra y la cárcel o la «desaparición»– o convertirse en miembros de los batallones del ejército franquista. Acabada la guerra «abierta» se produjo una cierta desmovilización que sustituyó el destino militar por la cárcel o los campos de trabajo, modalidad ésta que tenía como finalidad aprovechar una mano de obra «barata» y «disciplinada» para la cual se diseñó una estrategia que incluía su fundamentación ideológica de inspiración nacional-católica.
Desde 1936, a medida que los sublevados fueron ocupando poblaciones y comarcas, se abrieron campos de concentración en donde se clasificaban a los prisioneros. Su destino bien podían ser sus localidades de origen –donde les aguardaba el consejo de guerra y la cárcel o la «desaparición»– o convertirse en miembros de los batallones del ejército franquista. Acabada la guerra «abierta» se produjo una cierta desmovilización que sustituyó el destino militar por la cárcel o los campos de trabajo, modalidad ésta que tenía como finalidad aprovechar una mano de obra «barata» y «disciplinada» para la cual se diseñó una estrategia que incluía su fundamentación ideológica de inspiración nacional-católica.
Fueron estos trabajadores quienes a lo largo de todo el país protagonizaron la construcción de grandes obras públicas, barriadas de viviendas, e incluso obras monumentales simbólicas a mayor gloria del franquismo. En la memoria de todos están algunas de las más importantes, como el «Valle de los Caídos», aunque se podría decir que no hay provincia en la que no podamos encontrar obras en las que no intervinieran «los presos». Todo ello requirió crear una estructura organizada encargada de facilitar, o de llevar adelante por sí mismo estos trabajos (el Servicio de Colonias Penitenciarias Militarizadas, los Batallones de Trabajo, etc.), y toda una ideología justificadora de este esclavismo, cuya expresión más acabada es «la redención por el trabajo» del jesuita Pérez del Pulgar.