Mi abuela bordaba los manteles más hermosos.
Cuando era niño me quedaba junto a ella las
tardes enteras charlando mientras sus hábiles
manos danzaban en perfecta armonía con los hilos
y telas.
Su estado de ánimo variaba dependiendo del día.
A veces estaba alegre y conversadora, otras lucía
seria y silenciosa. Y de vez en cuando se quejaba
más de la cuenta.
Sin embargo siempre, sin importar el día, cosía
con la misma mística. Frecuentemente la encontraba
en su silla, dormitando, con la cabeza inclinada