Canoa

Me reproduzco a mi mismo (que su vez reproduce otro artículo) en mi bitácora de Biné.Por una simple razón, que estas películas tuvieron un tremendo impacto en mi formación cívica y política.

En días próximos la nación (méxicana) otorgará el renacimiento a Felipe Cazals y como dice el cliché, tal vez lo ubiques por ser el director de películas como: Canoa (1975), El apando (1975) o Las Poquianchis (1976).
Cine crudo, que rompió con la tradición de las pintorescas propuesta del cine campesino, aún puedo recordar con toda claridad el sonido de los tubos al chocar con las rejas en el apando, o la angustia e indignación que me hizo sentir Canoa. Pero creo que esto ultimo lo explica mejor José Woldenberg (si el que se dedica a los temas políticos electorales), pro esa razón les dejo aquí su columna publicada hace unos día en Reforma.

Canoa -1975 - El apando -1975 - Las Poquianchis -1976

José Woldenberg - Canoa
Del periódico Reforma, 31-01-08
El 14 de septiembre de 1968 cinco trabajadores de la Universidad Autónoma de Puebla que deseaban subir a La Malinche fueron linchados en el pueblo de San Miguel Canoa. La historia es conocida -o sería mejor decir, conocida por una pequeña franja de la población-, y dio pie a una de las películas más descarnadas y perturbadoras en la historia del cine nacional.
Felipe Cazals (con guión de Tomás Pérez Turrent y fotografía de Alex Phillips Jr.) mezcló un documental ficticio, un narrador omnipresente y una ficción estrujante, para dar paso a un film que recrea una tragedia que tiene como fuente el fanatismo y la intolerancia, el miedo y el resorte persecutor. Y si el hecho, por desgracia, tiende a perderse en la nebulosa de la historia, la película puede verse aún a través del DVD.
Filmada en 1975, cuando la tradición cinematográfica mexicana estaba marcada por la simulación y la construcción de un México idílico, Canoa trató de hacer visible el otro país: aquel cruzado por el verticalismo de las relaciones sociales y el miedo hacia el otro, por la cerrazón ante lo distinto y las loas a una identidad que no por ficticia deja de cohesionar contra lo "extraño".
Canoa es un drama en sí mismo. Pero es al mismo tiempo una alegoría de lo que sucedió el 2 de octubre de aquel año. Una autoridad paranoica, que incapaz de observar con "realismo" -un mínimo de sensatez- lo que sucede a su alrededor, pone a circular las versiones más descabelladas de los fines que supuestamente persiguen sus reales o fantasiosos opositores. En el microcosmos rural, es el cura (Enrique Lucero) el encargado de propalar la versión de que "el demonio anda suelto", que se encuentra no sólo en la capital o en Puebla, sino en ese pueblo encerrado en sí mismo; que los comunistas vienen a llevarse a los animales y a los hijos, y que en nombre de Dios hay que hacerles frente.
Contra la inercia de presentar al México rural como el origen de todas las virtudes, Cazals devela que tras la visión bucólica del pueblo reconciliado y amistoso, palpitan las tensiones de toda sociedad medianamente compleja y contradictoria. En Canoa, el párroco -de lentes obscuros y peinado militar- es quien cobra la luz, las contribuciones para las obras, el peaje de un minipuente, y que encabeza al pueblo en contra de los "enemigos externos". Sabemos por los testimonios de los lugareños que la CCI (Central Campesina Independiente) es acusada de atea, comunista, subversiva.
Los montañistas ingenuos y confiados se convertirán en la encarnación del Mal a los ojos -fanatizados- de los lugareños. Pero el clima de miedo que corroe a Canoa es similar al que se ha encargado de crear el gobierno en todo el país: los estudiantes son la antipatria, pretenden sabotear la paz y las Olimpiadas, retan a los legítimos representantes con su soberbia.
Aunque el espectador conoce desde un inicio el desenlace, la tensión de la cinta no hace sino crecer. Las víctimas se dirigen al encuentro de una masa embravecida; primero, alegres e inconscientes, y al final aterrados e inermes (impotentes). La lluvia, que les impide dirigirse de inmediato a su destino y los retiene en San Miguel Canoa, acompañará toda su travesía hacia el horror. Piden refugio al cura, a un funcionario municipal, en una tienda, pero para su mala fortuna sólo lo encontrarán en la casa de un campesino opositor a quienes gobiernan el pueblo. En ese momento se sellará su suerte. Los resortes del miedo y la locura asesina han sido bien aceitados por la retórica antiestudiantil (en el país) y "contra el demonio que anda suelto" (el cura del pueblo).
Y una vez que eso sucede ya no hay espacio para la bondad tradicional que el cine mexicano construyó en el espacio agrario. Ese cuadro rutinariamente sensiblero y armónico saltará por los aires para dar paso a una masa criminal que cree defender sus bienes y creencias de un enemigo imaginario. "Ya llegaron los bandidos, los abigeos al pueblo", "van a saquear las casas y a robarse los animales", "quieren poner una bandera roja como el infierno y negra como el pecado" se escucha desde los altavoces que mantienen comunicado al pueblo. Y entonces la cacería será implacable. Con antorchas, palos, piedras, machetes y algunos rifles y pistolas, la masa acorrala, agrede, veja, hiere y asesina a su presa. Es -como lo hemos constatado recientemente en otros linchamientos- una comunidad voraz, sin inhibiciones, sólo sujeta a los impulsos de aniquilación y muerte.
Y el desenlace no puede ser más anticlimático. Los sobrevivientes ofrecen sus testimonios (entre ellos, la mano a la que de un machetazo le fueron cercenados tres dedos), el pueblo vuelve a la normalidad, y el cura, de traje y corbata, dice que no pudo hacer nada. Dos o tres personas son castigadas con la cárcel.
Canoa no es un pueblo excepcional. Sus habitantes son campesinos y algunos talan los montes a su alrededor. Hay quienes trabajan en Puebla como albañiles, macheteros, en alguna fábrica o en los molinos. Cuenta con tres escuelas primarias y una secundaria, aunque muy pocos alumnos asisten a esta última. Tiene su iglesia y su población devota. Un pueblo como hay miles. Sin embargo, lo que un día lo singularizó fue la pulsión ciega y ardiente que, desbordada, arremetió con furia criminal contra aquello que le pareció extraño, ajeno, adverso.
La filmografía de Felipe Cazals es amplia y con no pocos altibajos. Pero Canoa, junto con El apando, Las Poquianchis, Los motivos de Luz, Su alteza serenísima o Las vueltas del Citrillo hacen más que merecido el Premio Nacional de las Ciencias y Artes (categoría Bellas Artes) que le ha sido otorgado (junto con el maestro Carlos Prieto).

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